Migrar es una actividad que todos los pueblos y las personas han realizado, en el presente y en el pasado, no sólo en Chile, sino que en todos los continentes. Los pueblos originarios que habitaban estos territorios migraban por tierra y por agua: poblaciones nómades en búsqueda de espacios que permitieran poder desarrollar su vida y era común en las costas de lo que hoy conocemos como Chile.
La marcha “anti migración” hacia la población venezolana sucedida en Iquique el pasado 25 de septiembre refleja un actuar egoísta, competitivo e individualista, basado en los discursos de odio que, lamentablemente, están presentes no sólo en nuestro país, sino que en toda Latinoamérica y en el resto de los continentes. Un actuar basado en principios que, como sociedad, buscamos erradicar; en donde el racismo y la xenofobia son el reflejo más brutal y violento.
¿Dimensionarán los y las asistentes el dolor que han provocado a mujeres, hombres, niñas, niños y corporalidades no binarias que han decidido buscar mejores oportunidades en nuestro país y que pertenecen a la población migrante?
¿Estarán conscientes que su actuar dio la vuelta al mundo y que ha sido repudiado y condenado por todos los sectores y organismos de DD.HH?
¿Comprenderán esas personas asistentes a la marcha los múltiples actos de discriminación que sufre la población migrante en nuestro país, no sólo en Iquique, y que lo sucedido el 25 de septiembre es un acto de deshumanización y violencia hacia un sector de la población?
Las imágenes y videos que circulan en redes sociales y en los noticieros generan un profundo dolor y sobre todo vergüenza: vergüenza de ver un grupo de personas quemando las pertenencias de otras, festinándose y burlándose al ejercer poder y sometimiento sobre otros; mostrando la brutalidad y el desprecio por la pobreza.
La aporofobia (fobia a las personas pobres y desfavorecidas) manifestada de la forma más explícita, porque no se rechaza al turista, ni al empresario/a que llegó a hacer fortuna y que hoy es dueño de empresas extractivas que sacrifican personas y naturaleza, ni al artista reconocido/a del medio musical, ni a la o el deportista famoso; se rechaza la pobreza, la aversión a los y las extranjeras que llegan al país en forma precaria, atravesando el desierto en búsqueda de nuevas oportunidades.
El Estado no ha sido capaz de enfrentar este conflicto, ni de crear una propuesta sobre políticas de migración. Hasta hace poco se hacía un llamado a la población venezolana a habitar el territorio nacional y en esta ocasión no se ha podido resguardar algo tan elemental como su seguridad y protección de la violencia.
Nos imaginamos que en un futuro próximo tendremos que rendir cuentas ante la comunidad internacional por el incumplimiento con las obligaciones a los derechos humanos y esperemos que estos actos de deshumanización no se vuelvan a repetir.
Debemos abrazar la solidaridad y abandonar los discursos racistas, la xenofobia y la discriminación. Condenar lo ocurrido en Iquique es un imperativo. Ante lo ocurrido no hay doble lectura.
Ya decía Gabriela Mistral: “La humanidad es algo que todavía hay que humanizar”.